Semblanza a mi madre por: Maria Isabel

“Tengo su imagen clara como el agua atravesando mi cuerpo quiero beber de un sorbo su aspecto luminoso en su derrochado hilo del día Deseando sentir el recorrido absorto de su vida transparente en mi garganta…"



"Soy mujer que implica desnudarme para que no me disfracen de palabras
Soy amante de las cosas imposibles, escribo poesía desde los 17 años, escribo porque sueño un mundo mejor y desde esa Utopía me paro y me desbordo, la poesía es el lenguaje interior, las voces internas, que  son la realidad más cruda, el mito más secreto, las paradojas más vitales, que hacen armoniosos los lenguajes amorosos, fragmentos desordenados,  momentáneos, pensados, no pensados, repensados, que cantan a la vida, un momento, un instante!

Escribo cuando siento ganas de expresar lo que siento, el amor, el desapego, los miedos, las angustias, el dolor, la ternura, la rabia, al silencio. Ahora quiero recordar a mi madre."
Recordar un retazo de su historia, retroalimenta el aliento y cada latido del corazón, es volcarme a esos espacios queridos, renombrarlos, volver acariciarlos y poder tocarlos con mis palabras. El testimonio de mi Madre Elena, lo puedo descifrar para describir lo que a ella la libera, agudiza la percepción, porque me enlaza con esa mirada sobre lo oculto, y allí es donde se expresan señales con su propia voz.
Ella tenía como ejercicio permanente, contar historias sobre su propia vida, ahora en el silencio de la cotidianidad, y deliberado también desde mi existencia, se vuelven un respiro, cobran sabor y olor a vida…porque lo que enseñaba, lo hacía con ternura, cada día, hacía escuelitas con nosotros, cada letra y trazo brincan a mi vista, se notaba su maestría hasta en su tono de voz.
Tomo como punto de partida mi experiencia al lado de una montaña, debajo de árboles y arbustos, en una casita de madera, casi encantada llamada Mandrágora, allí viví, era en Santa Elena, me di cuenta de secretos salpicados de nieve, que guardaban el tiempo de mi madre,  en el campo todo se revela, se levanta el alba, y no cede su jornada habitual.
En la mudez de esa casa de campo, se corría el velo, me despertaba, escuchando lo inaudible, el paisaje y el bosque me cuidaban, los ojos de poeta, o la casta Susana como le decía mi madre, llenaba de anaranjado el barranco, y me miraban como ella, por eso se convertía en un espacio amado; a veces la luna y las estrellas eran mis asombros que ahora nombro, pero aquí ya sobran las palabras ya que son las señales veneradas de mi madre.
Esa fábula de ella, me obsesionaba, porque se había vuelto mágica, esa, su presencia en ese espacio, sostengo, eran memorias con aromas y sonidos.
Todo cambia, son los movimientos eternos que trae la vida; como la soledad tibia, disminuye la tormenta; aunque son tiempos severos, reventados de sueños, que no se debilitan, alzando el vuelo. Por eso esta historia intenta traer esos relatos para un nuevo amanecer, donde todo se hila y se enhebra con paciencia.
Ella( mi madre) cree como atisbo, que su nacimiento fue en Santiago Antioquia. Mi abuela María de Jesús, estaba en embarazo, y papá Toño -el abuelo materno,- administraba el tren, y allí en ese preciso lugar, es donde nace ella, fue atendida por una partera lugareña, en los años 20, es decir el 7 de febrero de 1923.
Entre los 18 o 20 años se enamora de mi padre, ya casi mujer, lo digo por el escenario y la fecha,  esos encuentros se sucedieron, en el recibo de su casa, en la Avenida Echeverry barrio Boston, junto a mi abuela, a veces en el corredor de su casa o en la ventana, y en Machado, lugar de veraneo de los Abuelos, en todos esos espacios, sostengo, se vuelven fragancias perfumadas los relatos.
 Antes de cumplir 24 años nazco yo, primicia de un amor completo de mi madre con mi padre…por eso mi enamoramiento por el amor…ella es una descarga de luces, de celos, de remembranzas y consabidos reclamos de “niña consentida”; mi padre se la había llevado, decía ella, a Marinilla, porque era abogado, en ese momento Juez .Y allí, según ella la separa de su ciudad amada, y de sus padres.  Es allí donde nacen las cartas de amor, más hermosas que haya conocido entre ellos dos: para la ñaticus: Elenita, los tesoritos de cada uno, o señora Elena, o señor Lui-É…cuando estaban enojados… tengo en el recuerdo, un pedacito de una carta antes de yo nacer, desde donde comprendí cuanto amor y entusiasmo despertó mi llegada para ambos: “…ojalá que ese pio-pio, venga pronto a acompañarnos para llenar esa cuna de mimos y cuidados…”
 Cada mañana y momento considero era feliz, en tanto que tuvo otros hijos e hijas, fuimos nueve entre mis cinco hermanas y yo, y tres hermanos, por eso, esa evocación permanece intacta, no olvido el nacimiento sobre todo de María de Jesús, José Augusto, Ana Victoria, Clara Elena, Lucía Inés y Carmen Eugenia, a quienes me tocó ayudar aprender a cuidar y acompañar: porque con Luis Gonzalo e Ignacio mis dos hermanos que fuimos muy seguidos, hubo una camaradería inigualable, que todavía perdura.
Atestiguo de ese amor entregado por ella, en cada espacio que vivimos: en la placita del obrero en Boston, en la casa que tuvimos en el barrio Belén, y la de ahora cerca de la Plaza de Flórez en el barrio Boston, también cuidaba como su territorio, haciendo de cada espacio, un lugar de agrado que entraba por los ojos.
Esta historia intenta traer despedidas para un nuevo amanecer. Tengo motivos y razones para ver imágenes, porque veo el regreso, es el encuentro con el universo de ella, el ruido de la lluvia, el viento, el aire, el frío, todo se precipita en el instante, con la lógica y sentido de la circunstancias, me dan la ternura que necesito.
En todo caso, en este atajo de la vida ella y yo venimos surgiendo, con profundas huellas que nos sitúan en esta tierra amada. Sigue teniendo aliento e ilusiones que elabora, y contrastan con el tiempo diluido, como Elena la de Eduardo Galeano, ella repite palabras, adivinanzas, chistes, saca flores de su delantal, habla de todo, inventa, cuenta su salida a la luna de miel en barco, con mi padre a Cartagena, para ella es inolvidable, era un diciembre de 1946 acabaditos de casarse.
Ahora la mirada de ella como la de la niñez, me trae sosiego, recibo los gestos, porque hila amores y aventuras.
¿Qué es lo que me incita a pensar en estos datos autobiográficos? Vuelvo y me interrogo: ¿Y en las noches oscuras quien me acompaña? ¿Y quién acompaña a mi madre verdaderamente?, relatar, lo que cualquiera ha sentido… pero que no se dice...”poco se de la noche, pero la noche parece saber de mi…”, como decía Alejandra Pizarnik. Es, más, -aún ella nos asiste como si nos quisiera y la cubre de conciencia con sus estrellas-, porque la verdad en esas noches de desvelo por cada uno de nosotras y nosotros, la acompañan siempre las estrellas, lo creo firmemente porque si no se hubiese muerto de dolor, como ella decía, por la muerte de mi padre…en el 2002
Eso logra el poema de la casa, cuando hablo de ella y de la casa.

Esa loca casa,
casa loca de piedra,
de recuerdos anclados,
de luz, memoria.
Umbral eterno,
usión cuerpo vida muerte
Esto me transforma cada vez la mirada,
abre los sentidos, y provoca volver al corazón…
cama espaciosa,
caliente y plácida
sábanas untadas, ungidas de lirio,
Bienvenida señora Elena, maíz en el leño.

En esa recordación está mi abuela materna María de Jesús, Ujumita, en esta casa de Boston de corredores amplios y luz en cada espacio…la luz que buscaba mi madre y mi padre siempre…esa luz que nos dieron a cada quien, todavía siento -algarabías y guiños, cantaleta el rosario- a las seis de la tarde antes de acostarnos, había tiempo para todo, porque el espacio amplio y alegre lo daba…mi padre leyendo en el costurero de mi madre, en las tardes diarias y de domingo, la ropa limpia y el olor a la comida, me son tan queridos, como el olor a papel y de los libros; siguen siendo deseos y no quiero que me digan adiós.

Al llegar a este punto, trato de conservar el hilo de lo que ha ocurrido, y si retomo la acción de lo que sucede, tengo que detener el tiempo, haciendo múltiples confidencias de esta historia, me he puesto en la piel de mis hermanos y mis hermanas, de papá y mamá, y pienso que valió la pena sopesar, puesto que permitió lavar heridas y acercar el corazón, a esas vivencias diarias.

Cabe comparar a mi familia, con el lugar más privilegiado para pensar, para que el olvido no me venza, para no borrar las huellas y encender en la oscuridad, husmeando relevos de ese linaje de mi madre y de quienes la antecedieron, para volver a cruzar el puente, y vengan los que continuarán cuando todos y todas nos vayamos.
Todo esto perpetúa esta historia y la presencia de ángeles para continuar edificando y puliendo, ayudando a contener esos lugares que son tan queridos para ella, en estos espacios que ella reconstruye con su presencia, por eso evoco, y guardo con el mismo esmero de ella, siquiera para todas las circunstancias que se viven siempre hay bálsamos dulces y amigables. …
No sé sí concluyo o comienzo, se requieren intentos…lentamente se acercan a lo nombrado e innombrado, forman todo este testimonio, entretejida allí con quienes pasaron, y ahora con mi madre Elena, sigue conmigo esta dura y hermosa prueba de la vida, como lo diría Neruda: "La misma noche que hace blanquear lo mismos árboles. Nosotros los de entonces, ya no somos los mismos."

Finalmente todo sucede, el instante, la ilusión, la palabra:mi voz sonora, mundana…siempre mi voz en el exilio, pero coexisten esas luces tan brillantes que me acogieron desde niña, esa mirada y tenue voz la de mi madre Elena.
Tu hija la mayor, María Isabel




Comentarios

Entradas populares