PERFILES, Fanny Moreno
La lectura y la
escritura nacieron muy temprano.
.
A
los seis años ya sabía leer de corrido,
así que no entré a Kínder porque en la escuela del barrio, luego de un examen
oral, me recibieron en primero elemental. En esos días mi madre estuvo grave en
cama luchando contra el tifo, que en
esos días era mortal. Yo le leía las cartas que con regularidad recibía de mi
padre quien administraba varias fincas ganaderas en Barrancabermeja); también escribía
sus respuestas a él.
Mi abuela materna vivía con nosotros y aunque permanecía
ocupada todo el día, siempre intervenía y me daba pautas para la escritura; las
que yo seguía con el orgullo de una secretaria consumada.
A
los ocho años, cuando estaba lista para comenzar tercero, mi madre decidió ir a
reunirse con mi padre. Él, como lector incansable, retomó su costumbre de
entretenernos en las noches, leyéndonos a la luz de una vela, porque en Cortijillo no había electricidad. Teníamos una colección de 100 cuentos infantiles,
Yo los había leído todos, pero allí en la finca, bajo esa luz mortecina y en la
voz de mi padre, todos parecían reinventados o nuevos para mí.
Fue
una de las épocas más felices de mi vida.
Llegó
un día en que mi padre, al haber terminado de leernos todos los cuentos, no
tuvo más remedio que recurrir al único libro que podía adaptar para nosotros: Las mil y una noches. No tardé mucho en saber que éste era un libro
para adultos. Cuando él se tropezaba con las partes más crudas de la historia, rápidamente
improvisaba, inventando una trama más sutil y un final menos macabro. Pero yo,
notaba que él había cambiado algo o dejado de leer algunas frases
Ese diablillo de la
curiosidad.
Mi
innata curiosidad, hizo que buscara con afán aquel libro. Casi no lo encuentro,
estaba en el fondo de nuestro baulito gris, aquel de madera lisa y fuerte que tanto
sirvió en nuestros innumerables trasteos. Era allí, debajo de la ropa, donde mi
padre guardaba sus pocos pero valiosos libros. Desde ese día siempre me fijaba,
de soslayo, en el número de la página en que mi padre había trastabillado y así
me era fácil encontrarla al día siguiente. Nunca le hablé sobre ello, sentía
que no era necesario; jamás me dio por leer el libro completo; prefería que
fuera mi padre quien nos lo leyera y yo, quizás prematuramente, comprendía
perfectamente porque él omitía ciertas partes.
Familia de lectores
Mi
padre venia de una familia de lectores y hasta de escritores, principalmente
por parte de su abuelo, quien fuera primo de nuestro bien amado y recordado
Tomás Carrasquilla, por el lado de los Moreno. Lo cual pude comprobar por una
carta que Don Tomás le enviara a mi abuelo .la cual conservé hasta mis 18 años
cuando mi ingenua madre la prestó sin mi consentimiento, a alguien que supuestamente
solo quería copiarla y como era de
esperar, no le fue devuelta.
Después
de varios meses en esa finca mi padre consiguió casa en la ciudad
Bien,
ya en la ciudad y por estar muy avanzado el año escolar no pude ingresar a la
escuela, pero mi padre continuaba dictándome clases, haciéndome leer en voz
alta y poniéndome tareas sobre la mayoría de las materias que debían verse en
tercero elemental; cada día me sentía más prendada de las letras. Comencé a
ayudarle con los crucigramas del periódico y a inventar mis propios cuentos.
.Adiós definitivo a la inocencia
Un
día pasaron debajo de la puerta de MI
CASA una hoja impresa muy llamativa. Era de color anaranjado y grandes letras
en negrilla. Hablaba de lo terrible del aborto y de varias víctimas fatales.
Ese
volante me abrió los ojos de una manera espeluznante pero no me traumatizó. Yo
me había encerrado en el baño para leerlo, pues presentía que no era lectura
para niños no hice preguntas al respecto; estaba escrito en el ambiente que los
niños no preguntábamos y que la mayoría de las mamás no hablaban con sus hijos
de ciertos temas.
Poco
a poco me enteré de ese otro mundo que no podía leer: el mundo de los adultos
representado en otro tipo de literatura; ya no cuentos sino novelas; ya no
canciones o rimas infantiles sino canciones de despecho, poemas de amor y desengaño;
ya no cuentos y fabulas sino noticias a veces demasiado gráficas y terribles en
todos los medios de comunicación. .
A
los catorce años, ya había leído varios libros de Honoré de Balzac y de José
María Vargas Vila cuando me enteré que estaban prohibidos por la iglesia
católica; también a Oscar Wilde, León Tolstoi, Henryk Sienkiewicz, Alejandro
Dumas hijo y muchos otros escritores que solo escribían para adultos. Esto
gracias a un aporte a la biblioteca de mi padre: Un primo hermano mío que
acababa de perder a sus padres vino a vivir a nuestra casa y trajo consigo sus
libros.
No
puedo dejar de contar sobre mi relación con la lectura de esa maravillosa Mujer que fue, Virginia Woolf... Un día llegó a mis manos el libro de su autoría “Un
cuarto propio”; traducido del inglés por Jorge Luis Borges. En un principio
sentí que me estaba confundiendo con su lectura, pero una vez sumergida en el
argumento me sentí contenta de poder leerla finalmente; supe que ella tenía una
mente privilegiada para entender la psicología femenina y darla a conocer a
través de sus obras.
La
frase de Virginia Woolf “Para escribir
novelas, una mujer debe tener dinero y un cuarto propio”. Sin duda me sirvió
para alcanzar mi independencia mucho antes que la mayoría de mis amigas de mi
misma edad No conseguí lo primero pero sí lo último.
Así,
entre las radionovelas que estaban de moda en mi adolescencia y mis lecturas,
un poco avanzadas para las jóvenes de mi edad, no solo afiancé la necesidad de
mantener un libro en mi mesa de noche, sino, lápiz y papel para plasmar mis
recuerdos y reflexiones, los que unas veces me hieren pero la mayoría me
acarician.
Fanny
Moreno Ospina
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