EL PASEO DE MI VIDA , Martha Elena L.

                                     El paseo de mi  vida , una estampa de la infancia

Las cuatro horas pasada la media noche y sin la ayuda del despertador saltamos de la cama. Que digo; nos deslizamos suavemente de la cama, en casa eso de los saltos y aspavientos  nos era prohibido.

Abrir las ventanas, Dar gracias al creador, arreglar las camas, el baño con agua fría, luego paradas frente al balcón  esperábamos la orden de partida-mágico balcón -desde observamos crecer a  nuestra amada ciudad. Tan mágico  era que desde allí  era posible ver  la marea alta -eso decía la abuela-y nosotras no solo creíamos;la veíamos,  también  veíamos caer estrellas y  comer a  los azulejos.

                                                                                                 Estación Medellin, patrimonio arquitectónico de la ciudad
Por la empinada cuesta del barrio Caycedo parte alta, descendíamos a tomar el bus de las cinco, el destartalado  armatoste viajaba sin prisa  por la única vía existente, en Bolívar con Amador, girar ala izquierda y allí estaba la Estación Medellín.

La abuela se apresuraba a comprar los boletos. Son doce pesos. Los niños  de tres a siete años pagan medio pasaje a condición que dos ocupen un solo puesto. Argumentaba el taquillero. Los boletos serian parte nuestra distracción del viaje.

Paradas sobre el andén del tren - plataforma se le llama hoy-.temblando de frío a pesar de tener puestos los saquitos de lana de oveja traídos desde Bogotá por la abuela exclusivamente para sus dos nietas, rojo para la Tata-que para ese entonces no era Tata-y violeta para mí. Pero claro, como no sentir frío si todo se nos colaba por las piernas y es que dama que se respete no usa pantalones- eso decía la abuela-.

El tren listo para partir, con su locomotora a diésel, habían retirado no hace mucho las de vapor. El maquinista, los ayudantes- esos que vigilaban constantemente que no se colara ningún polizón.  El jefe de estación: todo en orden !A, abordar el tren!

Los de primera clase se acomodaban en sus mullidos asientos tapizados de rojo. Separados por el vagón del restaurante estaban los nuestros de fría y dura madera. Pero lo que realmente importaba era la ventana, para tomar instantáneas ópticas y llevarlas a la mente al alma por siempre.

Partía el tren con los primeros rayos del sol.En las puertas de los ranchitos de madera y cartón construidos a orillas de la vía férrea y del río, asomaban  siempre  niños a  sus puertas diciéndonos adiós, agitando sus manos, y nosotras les sonreíamos.

La primera parada. Bello. Para ese momento habíamos iniciado ya la competencia de  repetir los nombres de las estaciones de memoria .Medellín, Bello, Copacabana, Hatillo, Barbosa, Popalito, Pradera, Botero, Procesito, Santiago, Cisneros, Sofía, Guacharacas, Providencia, Caramanta, San José, Gallinazos, La Gloria, Caracolí, Monos, Pavas, Virginias, Cabañas, Sabaletas, Cristalinas, Calera, Malena, Puerto Berrio. Ahora descendente: Puerto Berrio, Malena…. 

Y luego a disfrutar el paisaje. 

El tren serpenteando por el majestuoso valle interrumpiendo el tranquilo sueño del inmenso azulado cielo. Los puentes de piedra  y de madera, los montes, las verdes praderas, el aire penetrando la piel el alma los sentidos. impresión majestuosa, deleitosa e imborrable.

Calentaba el sol  nos despojamos de los sacos y sacábamos el libro de cuentos, ese que guardamos celosamente todo el año sin mirarlo para que no estuviese muy leído al finalizar el mismo.Que lograra  fascinarnos durante el viaje.  Jugábamos a sorprendernos con las historias, fingiendo no haberlas escuchado nunca.Leíamos en voz alta- no tan alta lamía-, bajo la supervisión de la abuela. No iba a permitir ella que habiéndonos enseñado a leer correctamente fuéramos a cometer atropellos lingüísticos.

El  tren descendía y el sol ascendía cada vez más. En cada parada siempre ingresaban por ambas puertas vendedores con coloridos trajes y grandes diamantes de sudor  en su piel. Amen de los que nos asediaban por las ventanillas,  vociferando sus productos comestibles.

Nunca supimos a que sabían las dichosas hojaldras. Producen una sed espantosa, -decía la abuela-  con su particular gusto por la ironía delicada y soterrada. Habrá que compran entonces,  esa poco higiénica Avena de colores, envasada en  botellas de vidrio de alguna compañía gaseosa, y quien sabe  lavadas  con que poco normas higiénicas. Por lo demás puede echarse a perder el apetito y no vamos a despreciar  la comida de la finca ,! eso si es comida! 

Además que puede ensuciarse la inmaculada sonrisa lograda con hierva y ceniza.-receta suya, por supuesto-,y es bien sabido por todos que la elegancia se demuestra al sonreír.

Transmontar la cordillera que separan las hoyas del río Nus y la del río Porce, supone recorrer 28 kilómetros de escarpado y difícil terreno. 


                                                                                                                           Túnel de la Quiebra
Esta muralla natural fue vencida y reducida a 3.500 metros y allí estaba: nuestro glorioso Túnel de la Quiebra, el que se construyo en dos frentes que se encontraran el 12 de julio de 1929. Y que se diera al servicio con las esplendorosas locomotoras de vapor, con una capacidad de arrastre, de 80 toneladas a una asombrosa velocidad de:!15 kilómetros por hora.! Pero nosotras, privilegiada mente  viajamos en  un tren arrastrado por una locomotora  a diésel y esta era tan “veloz” que había que estar atentas no nos sorprendiera la entrada al túnel con la cabeza por fuera de la ventanilla.
Pasado el medio día arribábamos a nuestro destino.

A  160 kilómetros de Medellín y a unos 500 metros sobre el nivel del mar, se encuentra la estación Cabañas. Descendíamos del tren  rápidamente, ya que de acuerdo a  la importancia del lugar era el tiempo de permanencia del tren en la estación.  Una antigua construcción, de paredes blanqueadas y techo de Vigas  marrón, que fungía de oficina, bodega, expendio de tiquetes y abrevadero de las bestias. Dos o tres casas de tapia, con puertas  de madera roja  a orillas de la quebrada La Negra componían toda  la parte central de aquella población.


Desde allí iniciábamos nuestro recorrido hacia la finca,. Podríamos hacerlo a caballo. Pero las damas no montan en bestia a no ser en una mansa  y el “Mata perros” de mi tío no tenía ninguna igual-decía la abuela-ella era sabiduría en barra.

El recorrido  hacia la  finca duraba aproximadamente dos horas, descansando de vez en vez a la sombra de algún frondoso árbol, bebiendo de un nacimiento, comiendo guayabas caídas, con suerte encontrándonos con una papaya, la que ingeríamos con semillas, un purgante natural.

Nuestro arribo a la finca La Luz era festejado por unos hermosos aborígenes-los primos-  vestidos con impecables trajes de piel tostada por el sol. La cual podíamos apreciar en su totalidad, para escándalo de la abuela, que ordenaba  que los vistieran rápidamente. Mi tía aducía que a ellos la ropa les  estorbaba.


Allí en ese hermoso paraíso, sin agua, sin luz, sin teléfono, cargando leña, bebiendo leche ordeñada, bañándonos en la quebrada, alimentado las aves de corral, pasábamos  las vacaciones, mi prima, mi compañera de cuna, mi cómplice  y yo.
Lejos dela ciudad, donde en sus fiestas decembrinas  aparece el diablo y hace de las suyas. Eso  decía la abuela.
                                                                                                                     tren a diésel, estación Puerto Berrio Antiioquia

Mi primer ejercicio de literatura, planteado en los talleres de periodismo narrativo por Felipe, gracias profe.



Comentarios

  1. QUE HERMOSURA! DE VERDAD ME ENCANTO.
    ADELANTE SIGUE ESCRIBIENDO

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  2. Nunca hubiese imaginado que tu hubieras tenido esa experiencia tan dulce y deliciosa, porque según mis cálculos el ferrocarril de Antioquia habría cerrado hace como 40 años y según mis cálculos tu no podrías tener más que eso. Pero te creo porque puedo confirmar todo lo que aca cuentas. Solo te faltó la estación Limón, al lado del tunel de La Quiebra. Gracias a tí he vuelto a viajar en tren, sentí de nuevo ese frío del amanecer cuando íbamos para la estación Medellín, pero, quizás parecida a tu abuela, mi mamá nos hacía ir a misa antes de emprender el viaje. Recuerdo que nos teníamos que acostar con las gallinas la víspera para poder hacer ese madrugón y yo si me ví casi ahogada con las hojaldras, pero como dice el refrán: quien mas saliva tiene, traga más hojaldra y yo me preparaba para comérmela. Era casi un rito porque lo hacía de a pedacitos pequeños para que no me diera tos, no se como se las arreglaban sus fabricantes para que quedaran tan supremamente secas!!! Y bueno, también recordarás que cada estación tenía su especialidad: en Barbosa la piña, en Cisneros las torticas de pescado, las hojaldras eran en varias estaciones después de Barbosa, y al restaurante del tren? A ese nunca arrimamos a comer, solo para conocerlo, porque según mi mamá, era para ricos. Ella nos llevaba emparedados de mortadela ya listos y cuando muchos se levantaban a comer era cuando ella los sacaba, no por pena de que la vieran sino porque sabía que ya era hora de la merienda... Un día en el tunel le dió un desmayo a una tía mía. Yo creía que se iba a morir y pensaba... ojalá llegue viva al otro lado... del tunel porque me parecía más horrible que se muriera en aquella oscuridad... Es todo por ahora y gracias por hacerme volver a hacer ese delicioso viaje.

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  3. Que crees, las apariencias engañan . Yo tengo en mi haber el secreto de la eterna juventud , ademas de una prodigiosa memoria. recuerdo con precision detalles como: colores, sonidos y sabores; aun los de la cuna , muchos hay que no me creen, pero que importa esta vida no es una competencia.
    gracias por tus comentarios

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    1. una aclaracion el ferrocaril de antioquia no cerro hace tantos años, lo se pues mi tio fue uno de sus ultimos empleados

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  4. preciosa niña que aun vive en tu mente y corazon y la amamos con la misma fuerza que amamos la presente

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